Querido Juanvi, alias Juan Villalonga Serrano,
Conste que me niego a que esto sea un
obituario porque aún no puedo creerme que te hayas ido sin más. Ya te
vale. Hace dos días que supe que te has ido sin despedirte y dejándome perplejo y frío, sin tiempo
para decirte al menos hasta siempre. Para mí se queda el fin de semana
de recuerdos imposibles de encajar de manera ordenada. Reconozco que se
asomaron dos lágrimas a mis ojos al darme cuenta de que ni siquiera has
llegado a jubilarte y poder descansar de tanto trote como llevabas.
Imposible olvidar tu voz de trueno, tus
carcajadas y tus agudos comentarios sobre casi cualquier cosa. Te veo
allí, en la sala de profesores del Diego Llorente con tu ABC
dale que te pego con el crucigrama (reconoce que no siempre te salía,
bribón), o en la tertulia futbolera de mis primeros tiempos en ese
centro, esa en la que nunca logré entrar porque se me notaba a la legua
que a mí el fútbol plín y que no tengo ni puñetera idea.
Cómo olvidar aquella reunión en la que
alguien mencionó al por entonces consejero Manuel Pezzi para
inmediatamente oirse bien alto un ¡Payasso! de tu puño y boca
desde los bancos de atrás. Hería más la ese sevillana que el
calificativo. Lo mejor (lo peor) del caso es que tenías más razón que un
santo.
Cómo olvidar tus intervenciones en los
claustros y tus risas jupiterianas. Siempre las envidié. Como envidié
esa forma tan despreocupada de llevar tu maleta al hombro con el
sempiterno paraguas plegable sobresaliendo por un extremo que no te
molestabas en quitar hasta que no hiciese calor de verdad. Y lo de ir
sin abrigo y a cuerpo en pleno invierno era de nota. Apúntate una, bueno
otra más.
Creo que al final llegó a unirnos el
tiempo y todo lo que fue trayendo en casi 20 años. Quizá esa sea la
única forma en que dos tímidos, cada uno a su manera, puedan llegar a
entenderse y apreciarse. No sabes lo que te he recordado en este tiempo
desde la diáspora del Diego Llorente. En casa ya saben de
corrido más de una de tus anécdotas en clase y fuera de ella. También
saben que te negabas a darte de baja mientras tu mujer se estaba
muriendo y tú la cuidabas. Cuánto dolor verte allí fuera sentado, en
aquel medio jardín maltratado, esperando la siguiente clase. No se me
olvidará nunca.
Confiaba en poder encontrate algún día
por Sevilla y darte un abrazo grande, pero ya veo que nunca más podré
escucharte tu disertación sobre la diferencia entre la intuición
matemática y el simple calculoteo, como tú lo llamabas.
Esto no se hace, Juanvi. Te vas casi en el día de mi cumpleaños y nos dejas aquí, a los muchos que te hemos conocido y apreciado, a cargo del oficio de enseñar. Pues que sepas que aquí dejas a un amigo desconsolado y, en tus propias palabras, bajo mínimos.